NELIA FIGUEROLA

Me resulta muy difícil resumir en pocos párrafos la experiencia que viví en El Salvador, colaborando con FUNDEMAC a finales del año dos mil doce. Son muchas las personas, lugares, momentos e historias que me vienen a la mente cuando pienso en los tres meses que estuve en este bonito país. Podemos pensar que es mucho tiempo, pero os aseguro que apenas había aterrizado cuando tuve que partir de vuelta a España. Dicen que el tiempo vuela cuando estás a gusto, y eso es lo que me ocurrió a mí, que desde el primer momento me sentí como parte del equipo y de esa gran familia que conforma.
Conocí a FUNDEMAC a través de la Universidad de Zaragoza, quién me concedió una beca de prácticas de cooperación. Allí me hablaron de la fundación y de las buenas experiencias que habían tenido otros alumnos en años anteriores, por lo que no dudé en escoger este destino. Hoy estoy segura de que no me equivoqué en mi elección.
Las funciones principales que desarrollé durante mi estancia en El Salvador fueron la de impartir dos cursos a docentes del departamento de Morazán en la Escuela Superior de Maestros “Carmen González” y apoyar y programar actividades en el Centro Cultural “El Coroban” de Lolotiquillo, allí hicimos multitud de manualidades y juegos diferentes con los niños, pero sobre todo, recuerdo especialmente la acampada de un fin de semana en la que participaron los niños y las niñas, sus padres y parte del equipo de FUNDEMAC. Fue una bonita experiencia que nos ayudó a conocer al pueblo, las familias y las relaciones entre ellos, es increíble cómo se involucraron en la organización y participaron en todas las actividades y juegos, pero lo más importante para mí es que a partir de este fin de semana nacieron muy buenas amistades y pasamos tan grandes momentos que serán difíciles de olvidar.
Y es que dicen que lo mejor de El Salvador es su gente ¡y qué gran verdad! Éste es un pequeño país con gente enorme, y puedo hablar de todos, desde los compañeros de equipo, de trabajo, alumnos de los cursos impartidos en el ESMA, habitantes de Lolotiquillo y el resto de gente que fui conociendo a lo largo de mi estancia, como amigos de amigos, familiares, vecinos… todos ellos se portaron especialmente bien conmigo, cuidaron de mí y se preocuparon de que estuviera bien, me enseñaron su cultura e historia, me mostraron bonitos lugares, me agradecieron hasta lo más mínimo, me prestaron su ayuda si la necesitaba, pero sobre todo, me dieron su cariño y me regalaron sus sonrisas. Conocer a cada uno de ellos no sólo me ha hecho crecer como persona, sino que además me ha enseñado a amar este país, del que me he enamorado y me llevo una impresión inmejorable. Todo lo que yo haya podido enseñarles no es nada comparado con lo que he aprendido de ellos, me llevo muchísimo más de lo que dejo.
Hace un mes que partí y me entra la nostalgia cuando pienso en esta experiencia, en todo lo que hicimos y en la multitud de proyectos que todavía están por hacer. Espero que el destino me brinde la oportunidad de poder volver a formar parte de esta familia.